Clipperton (vo)

A 1300 kilómetros de distancia de Acapulco, el puerto más cercano, está la isla Clipperton. Es un atolón rodeado de un anillo de coral, con una laguna salobre que abarca la mayor parte de su pequeño territorio. El guano petrificado y superficial hace a la isla blanca hasta el deslumbramiento », escribe el teniente Cardo en su bitácora. Los habitantes de la isla son un puñado de mexicanos, un negro y un alemán, comandados por el capitán Ricard, un militar aferrado a cumplir su deber de defender el territorio de las invasiones francesas y estadounidenses, y establecer la patria sobre –literalmente– la mierda. Olvidados incluso por el gobierno de su propio país, los habitantes de Clipperton tendrán que sorteárselas para sobrevivir en un lugar donde la utopía ha dejado de llenarles el estómago. En este par de escenas veremos el encuentro de Margarito y Victoriano, dos desterrados de la comunidad, personajes fuertes y marginales, cuyos gestos terminarán cruelmente irrisorios.

V. El Hacedor

CARDO (escribe en su bitácora) - En el interior de la isla hay una laguna salobre con tres islas muy pequeñas. Ahí viven los desterrados. Victoriano, siempre aquejado por una fuerte demanda sexual, de seguro intenta apaciguar su carne a como dé lugar. Le amarramos una cadena que va de sus partes pudendas a un ancla para tratar de contenerlo. De sus cabellos y demás vello, incluido el púbico, colgamos jirones de tela con piedras anudadas en los extremos... Margarito Vargas, pobre Margarito, de seguro contempla al negro desde otro islote...

VI. Islas de los huevos

Victoriano - ¡Upapé, aé, aúúúúú, ayyy, apapapayyyy, atatatayyyy !

Margarito - Ay, negro, me lo habían platicado pero verrr para creerrr.

Victoriano - ¡Ayyyy...!

Margarito - Te van a rrreventar las venas, negro rrrenegro. Mejor sóbatela.

Victoriano - ¡Auuuuuuuuu !

Margarito - Jálalo, Victoriano, y aplácate. Pensé que yo era caliente, pero mírate nomás : vives de la cintura para abajo.

Victoriano - ¡El negro dice que Margarita venga pa´ acá !

Margarito - No estoy loca : te hierrrve la sangre.

Victoriano - ¡Aquí el negro manda !

Margarito - Yo llegué primero. Busca tu pedazo de tierra... o, mejor dicho, de guano.

Victoriano - Dice el negro que te pongas bien, que te pongas mal, el chuchumbé te ha de soplar...

Margarito - Si me dejo, asqueroso. Yo sabía que el francés muy pronto te iba a desterrar y que acabarías aquí. Tu olor a rancio me llegó desde kilómetros. “Ese perfume a cangrejo podrido lo conozco yo”, me dije. Y al rato vi tu jeta parda asomarse entre las piedras.

Victoriano - Dale paz a mi chuchumbé, por Ogún y Mari´ José...

Margarito - Tu chuchumbé me dejaría como pescado tieso ; no quiero verme atravesado por semejante vara y puesto a las negras brasas de tu infierno...

Victoriano - Quema, sí, ay, fu fu fu...

Margarito - ¡Pero qué horrrendo caldero prieto !

Victoriano - El chuchumbé del negro se quiere curar. Es mitad caimán y mitad sapo, mitad gorila y mitad cerdo. Hierve y palpita, burbujas y regorgoteos le suben a la piel : cascabeles, tambores y tamboriles y marugas, erikundis, rayos y maracas, ay cómo le hierve la maraca, la maraca que busca su güiro y sueña con pitos que frotan botijas y tamboras y bombos, ayyyy...

Margarito - Estás peorrrr que nunca, Victoriano Can, pues ¿qué te hicieron, carajo ? Antes ni hablabas, nomás gruñías como perro viejo y sarnoso.

Victoriano - Cardo, fue el maldito teniente Cardo quien me puso espinas en la lengua.

Margarito - Ahora hablas pura cosa rara. ¿Te das cuenta ? ¿Volviste al trago ?

Victoriano - Aprendí parlamentos de teatro. Cardo me hizo actor.

Margarito - ¿Hicieron teatro en La Prosperidad ?

Victoriano - "¡Tú, ponzoñoso esclavo,

Engendro vil del mismo diablo, habido

De tu maligna madre, ven, perverso ! "[1]

Margarito - Ay, te hiciste actor y de los buenos, de los que dicen diálogos extraños. ¡Infames, ¿por qué no vinieron por mí ?! Candilejas, tiples, trajes, todos los bártulos del espectáculo. ¡Pinche francés de mierda, rrrepresor !

Victoriano - Compadécete del chuchumbé del negrete mulato... Ándale, muñeca, ayyy, ayayayayay, ya no puedo más.

Margarito - Con lo que me gusta el teatro... ¿Y qué obra hicieron ?

Victoriano - Ni me enteré... Brrrrrr, caracumbé brambram ¡aburrrrr !

Margarito - ¡Échate al agua ya ! ¡Enfríate !

Victoriano - Dice mi chuchumbé que te dará un regalo si parlamentas con él. Adivina qué traigo aquí.

Margarito - A verrr...

Victoriano - Pero tú primero deja verrr...

Margarito - Chantajes no.

Victoriano (abre el regalo, muestra un vestido.) - Se lo robé a la esposa del francés.

Margarito - ¡Pero qué belleza !

Victoriano - ¿Te gusta ?

Margarito - Es precioso. Nunca me hubiera imaginado tener uno aquí.

Victoriano - Tuyo, pero alíviame, Margarita, por favor, ay atatatayyy...

Margarito - Mira, pardito, siempre me has caído bien, pero francamente estás más feo que pegarle a Dios. Y no sólo eso, eres el más puerco del campamento. Jamás he visto semejante pulpo promiscuo, lleno de ventosas y chuecuras de alma. Eres un asco.

Victoriano (ríe) - Eso dicen.

Margarito - Ni me quiero imaginar los bichos que porta tu chuchumbé. Qué no ha hozado tu fusil : pirujas enfermas y de la peor ralea, perras, papayas, aguacates, (ríe recordando) la lechoncita, y a todo lo que se mueve le apuntas...

Victoriano - La natura, niña Margarita, la natura gobierna... No es que tú le agrades a Victoriano, no lo seduce comer jericalla con tenedor, pero si le arde el chuchumbé, no hay nada que lo baje. Si tan sólo hubiera podido violar a la criada del francés, el negro no estaría aquí. Tendría mujer y día, tarde, noche y madrugada, su chuchumbé la cargaría y así año tras año hasta poblar la isla de toda suerte de zambos y mulatas. Pero algún día el negro la pasará por sus armas...

Margarito - Déjame tocarrr… el vestido. (El negro se lo arroja.) Pero qué suavidad. Seda.

Victoriano - Cede ya, blanquilla.

Margarito - Te puedo ayudar, pero de lejos, cosota parda. Y eso por el vestido.

Victoriano - ¿Cómo de lejos ?

Margarito - Toma. Yerbamala.

Le lanza un cigarro de mariguana.

Victoriano - ¿Dónde la mercaste ?

Margarito - Traje semillitas del monte. Es lo único que crece directo sobre el guano.

Victoriano (fumando) - Ahhh... mejora un poco... pero sólo un poco...

Margarito (luciendo el vestido) - ¿Cómo me veo ?

Victoriano - Si sopláramos juntos la pipa de la paz...

Margarito - Ya deja de insinuar porquerías. Te pregunté que cómo me veo.

Victoriano - Magnífica : una hembra delicada y femenina. Lástima que traigas botas de milico huertista.

Margarito - ¡Eres un pelado !

Victoriano - ¡Ahí viene !

Margarito - ¡El barco !

Victoriano - La calentura del prieto : lo tortura, picotea su carne, le hiende alfileres, muerde sus entresijos...

Margarito - Calma, negro, escucha, te voy a contar algo.

Victoriano - ¡Ven acá, manflora, o te mato ! ¡Nadie le dice “no” a Victoriano Can !

Margarito (saca un fonógrafo de un costal) - Tranquilo, te voy a aliviar, te lo juro, pero escucha...

Victoriano - ¡Ae, ae, zambambé, zambambú...!

Suena “Los marineritos”, fragmento de la zarzuela La gran vía de Federico Chueca. La música encandila a la bestia.

Margarito (de pronto, detiene el fonógrafo) - ¡Alto… ! Una mujer caminaba por un muelle...

Victoriano - Cachimba, cacherimba...

Margarito - Alta, delgada, blanca, llevaba entre sus dedos el largo tallo de una flor.

Victoriano - Al chuchumbé, las doncellas y yo con ellas...

Margarito - Atiende, negro, te juro que funciona...

Victoriano (fuma) - Buena tu yerba está y acaso el chuchumbé me bajará.

Margarito - Y acercando la Margarita “a sus labios escarlatas de púrpura maldita” [2] , comenzó a deshojarla diciendo : “Me quiere, no me quiere... sí... ¡no...! sí... ¡no !... que sí, que no, que como de que no, ¡sí ! ¡sí me quiere !”

Victoriano - El prieto ordena que tu lengua pares...

Margarito - ¡Y ahí lo supo, negro, ella lo supo en ese mismo instante !

Victoriano - ¿Qué cosa ?

Margarito - ¡Su herrrmoso y rrradiante marinero estaba enamorado ! El destino respondía de manera rotunda : ¡sí !

Victoriano - ¿Enamorado ?

Margarito - Ah, pero el futuro es cruel. Esa misma tarde el barco de su amado zarpaba, así que su espíritu indómito decidió seguirlo o perder la vida. Compró un traje de marinero y cual vil polizonte disfrazado, siguió a su amante surcando las inclementes olas del amor.

Victoriano - ¿Y luego ?

Ante el azoro de Victoriano, que parece aliviarse, gira la manivela del fonógrafo y suena “Los marineritos”. Margarito canta y baila para el negro que, deleitado, olvida la esclavitud de la carne.

Margarito - “¡Hip ! ¡A bogar !

¡Hip ! ¡A bogar !

¡Qué hermoso es navegar !

¡Hip ! ¡A babor !

¡Hip ! ¡A estribor !

Sigamos nuestro rumbo sin temor.

¡Hip ! ¡A babor !

¡Hip ! ¡A estribor !

No hay dicha superior.

Si el mar se encrespa

y airado ruge el trueno

y fiera nos combate

terrible tempestad,

lucha el marino

con ánimo sereno

juzgándose como único señor,

rey de la inmensidad.

Cuando los vientos

cual furias se agitan,

¡Iá ! ¡Iá… !

Cuando las olas

se encrespan e irritan,

el peligro mayor

acrecienta el valor.

Tras la borrasca

se aspira blanda brisa

y al fin se ve de España

el cielo encantador ;

y allá en la playa

que lejos se divisa,

pañuelos que se agitan sin cesar

nos llaman con amor.

¡Oh ! ¡Mágico placer !

¡Oh ! ¡Dicha singular !

Marino quiero ser

yo quiero navegar”[3]

Gran final y aplausos del negro.

Victoriano - ¡Bravo ! ¡Toda una diva !

Margarito - Gracias.

Victoriano - ¡Si el teniente supiera de tus dotes, te invitaba a su compañía !

Margarito – Desgraciado, mal nacido. El muy hipócrita me decía : “Margarita, está linda la mar, recítame algo”. Y acabó robándome mi libro de Rubén Darío.

Victoriano - ¿Es marica el teniente ?

Margarito - No qué va, es ojete, un lamegüevos pero sólo del francés.

Victoriano - ¿Qué puedes recitar ?

Margarito - Muchas cosas, negro.

Victoriano - A ver...

Margarito - “Y en una tarde triste de los más dulces días,

la Muerte, la celosa, por ver si me querías,

¡como a una margarita de amor, (me) deshojó !” [4]

Victoriano - ¡Bravo, muñeca !

Margarito - ¿Te alivié, verdad ?

Victoriano - Algodón... Su chuchumbé dice que volverá a la carga otro día, si antes no se pega a muchacha, vieja sin dientes, mantaraya, cachalote, sirena, melón, flor, gaviota o quimera...

Margarito - No vayas a empezar...

Victoriano – No´mbre, el negro está contento. Primera vez que triunfa cabeza grande sobre chica. ¡Así se lo aconsejó el teniente Cardo ! (Se incorpora y brinca.) ¡Logrado está ! ¡Ayyyyyy ! ¡Auuuuu ! ¡Ayyy !

Margarito - ¡No, cochino, no empieces de nuevo !

Victoriano - No es eso, ayyyy... Se le olvidó quitar la riata de los pelos de su chuchumbé.

Margarito - Pues quítala, idiota degenerado.

Victoriano - Auuuuuu... ah, su ¡mayombe-bombe-mayombe ! No, no, no es posible.

Margarito - ¿Qué pasa ?

Victoriano - Le salió un chipote a sus huevos. Ya no tiene dos sino tres... Ahora el negro entiende por qué a estas tres islas de la laguna, (señala sus testículos) uno, dos, tres, las bautizaste como islas de los güevos.

Margarito (ríe) - No, prieto loco. Te diré mi secreto : he sobrevivido porque bajo ese peñasco hay una cueva con miles de güevos. Ahí ponen las aves, nacen las crías, vuelan, cae material del cielo y los hombres del franchute lo recogen. Un ciclo interminable : digestión-producción, digestión-producción... Con tanto güevecillo, nunca terminarán de limpiar la cloaca.

Victoriano - ¿Y te los comes ?

Margarito - A huevo : doce diarios, tres pescados y un coco. Mira, hasta engordo como tiple mantecosa.

Victoriano - ¡Tienen todo ! ¿Te das cuenta ? ¡Ya la hicieron !

Margarito - ¿Quienes ?

Victoriano - Tú y el prieto.

Margarito - ¿Tú ?

Victoriano - Él, Victoriano...

Margarito - No te digo que hablas raro. Como si el prieto no fueras tú.

Victoriano - Somos.

Margarito - ¿Cómo ?

Victoriano - Todo para ser ricos.

Margarito - ¿A qué te refieres, carajo ?

Victoriano - Un gran país : Clipperton en la historia... Otro Cipango.

Margarito - Isla de mierrrda, ¿qué le ves ?

Victoriano - Riqueza...

Margarito - ¿La caca que cae del cielo ?

Victoriano - No, excremento no... negocios. Haremos oro.

Margarito - ¿Magia ? ¿Transformación de la porquería en metales ?

Victoriano - Industria del espectáculo y el entretenimiento. ¡Libertad, lo que esta isla necesita ! No seremos desterrados sino cimarrones, todo un poder dentro del poder. “¡Zumba el mango !”, decía el más que renegrido padre de Victoriano.

Margarito - ¿Zumba el mango ? ¿Queriendo decir qué ?

Victoriano - A saber. Nunca habló castilla. Llegó a Veracruz con un tal conde de Lorencez. Tropa francesa. El era caníbal de Sudán, pero vio a los zacapoaxtlas y de aluego se espantó. “Patas pa´ qué las quiero” y mi apá corrió hasta Colima donde regó la semilla por doquier. De ese tronco viene la astilla prieta de Cuyutlán, tallador de faraones y catador de aguardientes, socorrido de las bonitas y despreciado de las feas... el único y perínclito Vic, el negro. ¡Yamba-o, !

Margarito - ¡Zumba el mango !

Victoriano - Mira, Margarita que está linda la mar, éste es el plan : guisados de güevecillo con carne de pájaro bobo, bailables y cantos de nuestra primerísima musa, acostón si te llegan al precio, y Victoriano administrando la plata y tratándote como lo que eres : una reina.

Margarito - Bien, suena bien...

Victoriano - Tendrán al francés agarrado de los güevos. Tanto que le brotará más de un chipote.

Margarito - Siempre quise tener un teatrito de tandas.

Victoriano - ¡Así empezaron los grandes plutócratas !

Margarito - Y a falta de trago, mariguana.

Victoriano - El negrete prepara unos cocteles de yerbamala que pa qué te cuento.

Margarito - Correrá la voz y la tripulación del “Demócrata” vendrá al teatro a gastar su su dinero al teatro...

Victoriano - Los hombres más ricos del continente viajarán siete días con el único fin de visitar nuestro congal.

Margarito - Zúmbale, pero con una condición : te aplacas con quien quieras, pero conmigo no.

Victoriano - Y luego otro negocio : exportación de yerbamala en el barco de la armada…

Margarito - Y noches de cabaret : revista, zarzuela, recitación…

Victoriano - ¡Y placer a mares !

Margarito - ¡Juega ! ¿Cómo se llamará nuestro establecimiento ?

Victoriano - “Cleopetra y el chuchumbé”.

Margarito - ¡Perrrrfecto ! Enséñame unos pasos de danzas mandingas. Voy a ensayar un número muy exótico. (Arroja una soga. El negro la jala desde la otra orilla. Ya en tierra :) Que sea un paso untuoso, de mulato marimbulero. Ándale, Vic, agita el bote.

Victoriano - Quiero las semillas.

Margarito - Órale, prieto, que ya me volaste. El espectáculo es lo mío. Siempre lo fue.

Victoriano - Las semillas.

Margarito - Primero el baile, la alegría, el sabor.

Victoriano - ¡El jefe ordena !

Margarito - ¡Somos socios !

Victoriano - ¿Ah sí ?

Margarito - ¡Las semillas son mías !

Victoriano - ¿El negrete no es patrón del establecimiento ? ¿El jefe de la yerbamala ? ¿El señor de las semillas ?

Margarito - Ya párale e improvisa unos bongós.

Victoriano - Vaya, Victoriano es un negro bongocero que vale nada, ¿verdá ? Prieto marimbulero metido a actor de la tropa, ¿no ? ¿Eso es para ti un hijo de mandinga, de la mejor flor de Colima ?

Lo prende del cuello. Aprieta y aunque Margarito patalea, la desproporción física se impone. Queda inerte al fin.

Victoriano - Margarito, carroña de la isla de los tres güevos, no le digas “no” a tu señor. No contradigas al negro que se le ponen los ojos de vidrio ; al negro que no baila fandango, al negro que tan solo baila marimba y rumba, batuque y bomba. ¿Ya duermes ? En el teatro decían...

“...Formados somos

De la materia misma de los sueños,

Y un sueño circunda nuestra breve vida” . [5]

Prende el fonógrafo : suena “Los marineritos”.

La flor muerta no puede respirar, la flor muerta no puede llorar, no puede bailar, no puede reír. El tiburón enseña los dientes y ríe.

Traduit par David Olguin

À 1300 kilomètres de distance d’Acapulco, le « port le plus proche », il y a l’île Clipperton. C’est un atoll entouré par une barrière de corail, avec une lagune saumâtre qui couvre la majeure partie de son petit territoire. Le guano pétrifié et superficiel donne à l’île une blancheur éblouissante” écrit le lieutenant Cardo dans son journal de bord. Les habitants de l’île sont une poignée de Mexicains, un Noir et un Allemand, commandés par le capitaine Ricard, un militaire tenu d’accomplir son devoir de défense du territoire contre les invasions françaises et états-uniennes, et d’établir la patrie sur — littéralement — de la merde. Oubliés même par le gouvernement de leur propre pays, les habitants de Clipperton devront se débrouiller pour survivre dans un endroit où l’utopie a cessé de leur remplir l’estomac. Dans ces deux scènes nous assisterons à la rencontre entre Margarito y Victoriano, deux exilés de la communauté, personnages forts et marginaux, dont les gestes finiront par prendre une dimension cruellement dérisoire. (T. d. E.)

V. Le faiseur

CARDO (il écrit dans son journal) — À l’intérieur de l’île, il y a une lagune saumâtre avec trois toutes petites îles. C’est là que vivent les bannis. Victoriano, toujours atteint d’un fort manque sexuel, tente certainement de calmer ses ardeurs coûte que coûte ; Nous avons enchaîné ses parties honteuses à une ancre pour essayer de le refréner. À ses cheveux et à tous ses poils, ceux du pubis compris, nous avons attaché des bouts de tissu avec des cailloux noués aux extrémités… Margarito Vargas, pauvre Margarito, observe certainement le nègre depuis un autre petit îlot…

VI. Les îles des œufs

Victoriano — Upapé, aé, auuuuuu, aiiiiiiie, apapapaiiiiie, atatataiiiiiie !

Margarito — Hé, le nègre, on m’en avait parlé mais il faut le voirrr pour le croirrre.

Victoriano — Aïïïïe...!…

Margarito — Ils vont t’exploser les veines, négro, plus nègre que nègrrre. Vaut mieux te l’astiquer.

Victoriano — Aouuuuuuuu !

Margarito — Branle-toi, Victoriano et calme-toi. Je pensais que j’étais chaud mais alors toi : tu vis que par le dessous du ceinturon.

Victoriano — Le négro demande que Margarita vienne par ici.

Margarito — Je suis pas folle : ton sang bouillonnnnnnnne.

Victoriano — Ici, c’est le négro qui commande !

Margarito — C’est moi qui est arrivé le premier. Cherche ton bout de terre… ou plutôt ton bout de guano.

Victoriano — Le négro dit que tu lui plaises ou pas, le chuchumbé te fera danser...

Margarito — Si j’ai envie, gros dégoûtant. Moi, je savais que très vite le Français allait te bannir et que tu finirais ici. J’ai senti ton odeur de moisi à des kilomètres. Je me suis dit « Mais je le connais ce parfum de crabe pourri ». Un peu après, j’ai vu ta tronche de bronzé se pointer entre les rochers.

Victoriano — Apaise mon chuchumbé, par Ogun et Mari José…

Margarito — Ton chuchumbé ferait de moi un poisson en brochette. Je me vois pas transpercé par une broche pareille et posé sur les braises noires de ton enfer.

Victoriano — Oui, ça brûle, aïe, fu fu fu…

Margarito — Mais quelle marmite sombrrre et horrrible !

Victoriano — Le chuchumbé du négro veut guérir. Il est pour moitié caïman et pour moitié crapaud, moitié gorille et moitié porc. Ça bouillonne et ça palpite, des bulles et des gouttes de sueur lui montent à la peau : hochets, tambours et tambourins et marugas, erikundis, râpe et maracas, oooh comme elle est chaude la maraca, la maraca qui cherche son guiro et qui rêve de pipeaux qui frottent des cruches et des tambours et des bombos, aiiie…

Margarito — T’es encore pirrre qu’avant, Victoriano Can, mais putain qu’est-ce qu’ils t’ont fait ? Avant tu parlais même pas, tu grognais à peine comme un vieux chien galeux.

Victoriano — Cardo, c’est le maudit lieutenant Cardo qui m’a mis du venin sur la langue.

Margarito — Maintenant tu dis que des trucs trop bizarres. Tu t’en rends compte ? Tu t’es remis à picoler ?

Victoriano — J’ai appris des dialogues de théâtre. Cardo m’a fait acteur.

Margarito — Ils ont fait du théâtre à La Prosperidad ?

Victoriano — « Toi, esclave venimeux,

Que le démon lui-même a engendré

À ta mère maudite, viens ici, pervers ! » [1]

Margarito (il rit) — Ouais, tu t’es fait acteur et des meilleurs, de ceux qui disent des textes bizarres. Les infâmes ! Pourquoi ils sont pas venus me chercher à moi ?! Feux de rampe, guitares, costumes, tout le bastringue du spectacle. Putain de français de merde, opprrresseur !

Victoriano — Aie pitié du chuchumbé du petit négro mulâtre… Allez, poupée, aïe, aïe, aïïïïe, que j’en peux plus.

Margarito — Ce que j’adore le théâtre… Et quelle pièce vous avez jouée ?

Victoriano — Je sais même plus… Brrrrr, caracumbé brambram ! aburrrr !

Margarito — Allez jette-toi à l’eau ! Refroidis-toi !

Victoriano — Mon chuchumbé dit qu’il te donnera un cadeau si tu dialogues avec lui. Devine ce que j’ai là.

Margarito — Fais voirrr…

Victoriano — Fais voirrr toi le premier...

Margarito — Pas de chantage.

Victoriano (il ouvre le cadeau, lui montre une robe) — Je l’ai piquée à la femme du Français.

Margarito — Mais qu’elle est belle !

Victoriano — Elle te plaît ?

Margarito — Elle est magnifique. J’aurais jamais imaginé en avoir une ici.

Victoriano — Elle est à toi, mais soulage-moi, Margarita, s’il te plaît, aïe atatataiiie…

Margarito — Écoute, petit bronzé, je me suis toujours bien entendu avec toi mais franchement t’es encore plus moche qu’un pou. Et y a pas que ça, t’es le plus dégueulasse du régiment. J’ai jamais vu un poulpe aussi collant, plein de ventouses et aussi tordu d’esprit. T’es dégoûtant.

Victoriano (il rit) — C’est ce que tout le monde dit.

Margarito — Je veux même pas imaginer les bestioles que t’as sur ton chuchumbé. Qu’est-ce que t’as pas fait avec ton fusil : t’as tiré sur tout ce qui bouge, les catins malades de bas étage, les chiennes, les papayes, les avocats, (il rit en se souvenant) la truie …

Victoriano — La nature, petite Margarita, c’est la nature qui domine… C’est pas que tu lui plaises à Victoriano, ça lui plait pas de manger la soupe avec une fourchette mais oui son chuchumbé est chaud et rien ne le refroidit. S’il avait seulement pu violer la bonne du Français, le négro n’en serait pas là. Il aurait une femme et tout le jour, l’après-midi, le soir et jusqu’à l’aube, son chuchumbé la sauterait et année après année il continuerait, jusqu’à peupler l’île de babouins et de mulâtres. Puis un jour où l’autre, le négro la descendrait…

Margarito — Laisse-moi toucher la rrrobe. (Le nègre la lui lance) Mais qu’elle est douce. C’est de la soie.

Victoriano — Allez, accepte, blanc d’œuf.

Margarito — Je peux t’aider, mais de loin, gros truc bronzé. Et c’est pour la robe.

Victoriano — Comment ça… de loin… ?

Margarito — Tiens. Mauvaise herbe.

Il lui lance un joint de marijuana.

Victoriano — Tu l’as acheté où ?

Margarito — J’ai emporté des graines de la campagne. Y a que ça qui pousse direct sur le guano.

Victoriano (il fume) — Ahhh… Ça va mieux… Mais juste un peu mieux…

Margarito (se mettant la robe) — Comment elle me va ?

Victoriano — Et si on fumait le calumet de la paix…

Margarito — Arrête d’insinuer des cochonneries. Je t’ai demandé comment elle m’allait.

Victoriano — Magnifique : t’es comme une femelle délicate et féminine. Dommage que tu portes des bottes de milicien révolutionnaire.

Margarito — T’es vulgaire !

Victoriano — La voilà qui arrive !

Margarito — L’embarcation ?

Victoriano — La chaleur du bronzé : elle le torture, lui gratte la chair, lui enfonce des épingles, lui mord les entrailles…

Margarito — Calme-toi, négro, écoute, je vais te raconter quelque chose.

Victoriano — Viens ici, tapette où je te tue ! Personne ne dit « non » à Victoriano Can !

Margarito (il sort un phonographe d’un sac) — Tout doux, je vais te soulager, c’est juré, mais écoute…

Victoriano — Aïe, Aïe, zambambé, zambambú… !

On entend « Los Marineritos », un fragment de la zarzuela La Gran Vía de Federico Chueca. La musique subjugue la bête.

Margarito (tout à coup, il arrête le phonographe) — Stop...! Une femme marchait sur un quai…

Victoriano — Cachimba, cacherimba…

Margarito — Grande, mince, blanche, elle tenait entre ses doigts la longue tige d’une fleur.

Victoriano — Tout droit au chuchumbé, les demoiselles et moi avec elles…

Margarito — Ouvre les oreilles, négro, je te jure que ça marche…

Victoriano (il fume) — Bonne est ton herbe et peut-être va s’abaisser mon chuchumbé.

Margarito — Et approchant la Marguerite « à ses lèvres écarlates de pourpre maudit » [2], commença à l’effeuiller en disant : « Je t’aime, un peu, beaucoup… Passionnément… Pas du tout !… Oui ! oui, à la folie ! »

Victoriano — Le bronzé t’ordonne de tenir ta langue…

Margarito — Et là elle a su, négro, elle a su à cet instant même !

Victoriano — Elle a su quoi ?

Margarito — Son beau et rrravissant marrrin était amoureux ! Le destin avait répondu de façon catégorique : Oui, à la folie !

Victoriano — Il était amoureux ?

Margarito — Oui, mais le futur est cruel. Ce même après-midi, le bateau de son bien-aimé leva l’ancre, tant et si bien que son esprit insoumis décida de le suivre ou de perdre la vie. Elle acheta un habit de marin et tel un pauvre clandestin déguisé, suivit son amant en sillonnant les inclémentes vagues de l’amour.

Victoriano — Et après ?

Face à l’étonnement de Victoriano qui semble se soulager, il tourne la manivelle et on entend « los marineritos ». Margarito chante et danse pour le nègre, qui sous le charme, en oublie la servitude de sa chair.

Margarito — « Et hop ! Aux avirons !

Et hop ! Aux avirons !

Que c’est bien de naviguer !

Et hop ! À bâbord !

Et hop ! À tribord !

Suivons notre sillon sans peur.

Et hop ! À bâbord !

Et hop ! À tribord !

Y a pas de plus grand bonheur.

Si la mer se soulève

Et rugit le tonnerre en colère

Et féroce, nous livre le combat

La terrible tempête,

Lutte le marin

Avec l’esprit serein

Se jugeant seul seigneur

Roi de l’immensité.

Quand les vents

Comme des furies s’agitent,

Oh La la !…

Quand les vagues

Se lèvent et s’irritent

L’extrême danger

Accroît le courage.

Après la bourrasque

On respire la douce brise

Et enfin on voit de l’Espagne

Le ciel splendide ;

Et là-bas sur la plage

Que du lointain on aperçoit

Des mouchoirs s’agitent sans fin

Qui nous appellent avec amour.

Oh ! Plaisir magique !

Oh ! Bonheur unique !

Être marin, je veux

Naviguer je le veux. » [3]

Grand final et applaudissements du nègre.

Victoriano — Bravo ! Une vraie diva !

Margarito — Merci.

Victoriano — Si le lieutenant connaissait tes talents, il t’inviterait dans sa troupe !

Margarito — L’espèce de fils de pute. Il me disait très hypocritement : « Margarita, la mer est belle, récite-moi quelque chose ». Et il a fini par me voler mon livre de Ruben Dario.

Victoriano — Il est pédé le lieutenant ?

Margarito — Pas du tout, c’est un escroc, un lèche-cul mais que celui du Français.

Victoriano — Qu’est-ce que tu peux réciter ?

Margarito — Beaucoup de choses, négro.

Victoriano — Vas-y…

Margarito — « Et dans un après-midi triste des jours les plus doux,

la Mort, la jalouse, pour voir si tu m’aimais,

comme une marguerite d’amour, (m’a) effeuillé ! » .[4]

Victoriano — Bravo, poupée !

Margarito — Je t’ai soulagé, non ?

Victoriano — Plus ou moins… Son chuchumbé dit qu’il reviendra à la charge une prochaine fois, si avant il se tape pas une jeune fille, une vieille édentée, une raie, un cachalot, une sirène, un melon, une fleur, une mouette ou une chimère…

Margarito — Tu vas pas recommencer…

Victoriano — Non, mon vieux, le négro est content. C’est la première fois qu’il s’en sort avec la tête du dessus du ceinturon. Comme le lui a conseillé le lieutenant Cardo ! (il se redresse et trinque) Ça a marché ! Aïïïïe ! Aouuuu ! Aïïïe !

Margarito — Non, gros cochon, recommence pas encore !

Victoriano — C’est pas ça, aïïïe… Il a oublié de détacher la verge des poils de son chuchumbé.

Margarito — Ben enlève-la, espèce de dégénéré.

Victoriano — Auuuuuu…. Ah, mayombe-bombe-mayombe, non, non, c’est pas possible.

Margarito — Qu’est-ce qu’il y a ?

Victoriano — Y a une bosse qui a poussé sur ses œufs. Alors il en a plus deux mais trois. Maintenant le négro, il comprend pourquoi tu as baptisé ces trois îles de la lagune, (il montre ses testicules) une, deux, trois, les îles des œufs.

Margarito (il rit) — Non, fou de bronzé. Je vais te dire mon secret : j’ai survécu parce que sous ce bout de rocher, il y a une grotte avec des milliers d’œufs. C’est ici que les oiseaux pondent, que les bébés naissent, qu’ils volent, que tombe du ciel le matos que les hommes du Gaulois ramassent. C’est un cycle interminable : digestion-production, digestion-production… Il y a tellement d’œufs qu’ils finiront jamais de nettoyer ce cloaque.

Victoriano — Et tu les manges ?

Margarito — À fond, douze par jour, trois poissons et une noix de coco. Regarde, je grossis comme une ballerine grassouillette.

Victoriano — Ils ont tout ! Tu te rends compte ? Ils ont réussi !

Margarito — Qui ?

Victoriano — Toi et le bronzé.

Margarito — Toi ?

Victoriano — Lui, Victoriano…

Margarito — Mais tu parles bizarrement. Comme si le bronzé, c’était pas toi.

Victoriano — On est.

Margarito — Quoi ?

Victoriano — On a tout pour être riche.

Margarito — Putain, de quoi tu parles ?

Victoriano — Un grand pays : Clipperton dans l’histoire… un nouvel El Dorado.

Margarito — Île de merrrde. Qu’est-ce que tu lui trouves ?

Victoriano — Des richesses…

Margarito — Le caca qui tombe du ciel ?

Victoriano — Non, les excréments non… du business. On va faire de l’or.

Margarito — Par magie ? En transformant la porcherie en métal ?

Victoriano — Industrie du spectacle et du divertissement. Une zone franche. De liberté, c’est de ça qu’elle a besoin cette île ! On sera plus des bannis sinon des affranchis, tout un pouvoir à l’intérieur du pouvoir. « À fond la caisse ! » disait le père encore plus noir que noir de Victoriano.

Margarito — À fond la caisse ? Qu’est-ce qu’il voulait dire ?

Victoriano — Va savoir. Il a jamais parlé espagnol. Il est arrivé à Veracruz avec un certain comte de Lorencez. De troupe française. Il était cannibale du Soudan, mais il avait vu les zacapoaxtlas et dès lors il a pris peur. « Il a pris ses jambes à son cou » et mon papa a couru jusqu’à Colima où il a semé sa graine un peu partout. C’est de là que vient la branche bronzée de Cuyutlan, tailleur de pharaons et dégustateur d’eau-de-vie, apprécié des belles et méprisé par les laides… l’unique et héroïque Vic, le négro. Yamba-o !

Margarito — À fond la caisse !

Victoriano — Écoute, Margarita qu’elle est belle la mer, voilà le plan : des plats de petits œufs à la chair d’oiseaux idiots, des chants et des danses de notre toute première muse, tu couches s’ils arrivent à mettre le prix, et Victoriano fait les comptes et te traite comme une reine : Ce que tu es.

Margarito — Pas mal, ça a l’air bien…

Victoriano — Ils tiendront le Français par les couilles. Si bien qu’il lui poussera plus d’une bosse.

Margarito — J’ai toujours voulu avoir un petit cabaret.

Victoriano — C’est comme ça qu’ont commencé les grands ploutocrates !

Margarito — Et faute d’alcool, on aura de la marijuana.

Victoriano — Le petit nègre connaît des cocktails d’herbe que c’est même pas la peine.

Margarito — Le bouche à oreille se fera et l’équipage du « Démocrate » viendra au théâtre gaspiller son argent au théâtre.

Victoriano — Les hommes les plus riches du continent feront le voyage de sept jours juste pour venir voir notre bordel.

Margarito — À fond, mais à une condition : tu te soulages avec qui tu veux mais avec moi, pas question.

Victoriano — Et encore un autre business : exportation d’herbe dans le bateau de la flotte.

Margarito — Et des nuits de cabaret : des revues, de la zarzuela, des récitations...

Victoriano — Et du plaisir à en revendre !

Margarito — Je suis ! Comment on appellera notre établissement ?

Victoriano — « Cléopétra et le chuchumbé ».

Margarito — Parrrfait ! Apprends-moi quelques pas de danses mandingues. Je vais répéter un numéro trop exotique. (Il lance une corde. Le Nègre la tire de l’autre berge. Une fois à terre :) Que ce soit un pas coulant, de joueur de marimba mulâtre. Vas-y Vic, agite ton cul.

Victoriano — Je veux les graines.

Margarito — Allez, bronzé, que t’as commencé à me faire rêver. Le spectacle, c’est ma vie. Ça l’a toujours été.

Victoriano — Les graines.

Margarito — La danse d’abord, la joie, le rythme.

Victoriano — C’est le chef qui commande !

Margarito — On est associés !

Victoriano — Ah oui ?

Margarito — Ce sont mes graines !

Victoriano — Le petit nègre n’est pas le patron de l’établissement ? Le chef de la mauvaise herbe ? Le seigneur des graines ?

Margarito — Allez, arrête et improvise sur un bongo.

Victoriano — Alors, Victoriano est un nègre à bongo qui ne vaut rien, pas vrai ? Un joueur de marimba bronzé infiltré dans la troupe, hein ? Pour toi, c’est un fils de mandingue, de la plus fine fleur de Colima ?

Il l’attrape par le cou. Il l’étrangle et bien que Margarito trépigne, la disproportion physique s’impose. Il finit par s’immobiliser.

Victoriano — Margarito, charogne de l’île des trois œufs, ne dis jamais « non » à ton seigneur. Ne contredis jamais le négro que ça le rend fou ; le négro qui danse pas le fandango, le négro qui danse seulement le marimba et la rumba, la batuca et la bomba. Tu dors déjà ? Et au théâtre, ils disaient…

« Nous sommes de l’étoffe

dont les songes sont faits,

Notre petite vie est au creux du sommeil ». [5]

Le phonographe s’allume : on entend « los marineritos ».

La fleur fanée ne peut pas respirer, la fleur fanée ne peut pas pleurer, ne peut pas danser, ne peut pas rire. Le requin montre ses dents et rit.

Par Philippe Eustachon